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Agosto 18, 2008

La vida cotidiana como fenómeno social (1º parte)

Publicado en:Libros

Agnes Heller es una filósofa húngara y destacada representante de la escuela de Budapest; discípula y ayudante de Lukács. Según ella, la vida cotidiana es la totalidad de las actividades que caracterizan las reproducciones singulares, productoras de la posibilidad permanente de la reproducción social, según las exigencias sociales.
Aquí presento la primera parte de “La vida cotidiana como fenómeno social”, que involucra no sólo las teorías de Heller, sino también de Alfred Schütz y Thomas Luckmann, figuras relevantes de la sociología moderna.

Foto: uni-oldenburg

La vida social no es un producto natural, sino producto de las actividades de los hombres. Estas relaciones se van estableciendo para “seguir viviendo” como personas dentro de una sociedad. La actividad transformadora de los hombres: transforman su entorno modificando su “propia naturaleza”. Lo cotidiano no se caracteriza sólo por lo frecuente sino por las actividades necesarias, se realicen o no todos los días. Pero esas actividades están apuntadas y regladas, son sociales. Todas esas actividades que realizamos para vivir y seguir viviendo configuran ese ámbito de la realidad social que denominamos vida cotidiana. Esta es la dimensión en que se despliega la vida concreta de cada uno de nosotros en contextos socioeconómicos y políticos definidos y concretos, es nuestro “vivir”; el conjunto de actividades que realizamos en situaciones para satisfacer necesidades para seguir viviendo. Es el mundo de la realidad que parece evidente para los hombres que permanecen en actitud natural. Las objetividades y sucesos que se encuentran ya en ese ámbito limitan su libertad de acción.



La vida cotidiana es el mundo que compartimos con otros hombres, influimos en éstos y ellos en mí. Se nos aparece como una realidad “natural”, como “autoevidente”. Para Agnes Heller, Alfred Schütz y Luckmann, es la dimensión fundamental de existencia social, pues, en toda sociedad hay una vida cotidiana, sin ella no hay sociedad. Es, por lo tanto, el fenómeno universal, presente en toda sociedad en la que se desarrolla y expresa la reproducción social.
Nadie consigue identificarse con su actividad humanan específica hasta el punto de poder desprenderse enteramente de la cotidianeidad. En ella, el hombre “pone en obra” todos sus sentidos, todas sus capacidades intelectuales, sus habilidades manipulativas, sus sentimientos, pasiones, ideas, etc. El hombre de la cotidianeidad es activo y goza, obra y recibe, es afectivo y racional. La vida cotidiana es la dimensión social central en la que todo hombre desarrolla su personalidad.
Para reproducir la sociedad los hombres deben reproducirse a sí mismos como hombres particulares. Este concepto incluye la autoreproducción y la reproducción de las relaciones sociales, el entorno inmediato, los usos y costumbres, las normas y valores vigentes en esa sociedad. Cuando el particular se reproduce, reproduce al mismo tiempo su entorno inmediato e inmediatamente a la sociedad en su conjunto. La autoreproducción y la reproducción social son dos momentos de un mismo proceso.
Las actividades sociales son objetivaciones. Son consideradas actividades sociales:
los impulsos y motivaciones que se vuelven actos, y las consecuencias de acciones o actividades exteriorizadas cuando son portadoras de significados socialmente construidos, en tanto se incorporan a la vida cotidiana como “necesidades sociales” indispensables para la reproducción de los individuos.
La vida cotidiana es un acto de objetivación, un proceso en el cual las capacidades humanas “exteriorizadas” comienzan a vivir una vida propia e independiente del sujeto. Es el escenario en el que se reproducen los individuos y se objetivan las acciones de los particulares.

Desde que nacemos, nos encontramos en un mundo que existe y que es independiente de nosotros; se presenta ya construido -en condiciones sociales concretas, en sistemas concretos de expectativas, dentro de instituciones concretas- y el individuo debe conservarse y dar prueba de su capacidad vital. El individuo debe aprehender e internalizar su entorno. En las actividades pone en acción sus capacidades y conocimientos prácticos, adquiridos durante el proceso de socialización que implica aprehender la cotidianeidad. Este tienen dos niveles:
-La socialización primaria: es la niñez, en la cual se convierte en miembro de la sociedad.
-La socialización secundaria: induce al individuo ya socializado a nuevos sectores del mundo objetivo de su sociedad.

Cuando puede manejar su vida de forma autónoma, se considera que ya ha madurado para el mundo en el que vive. Cuanto más dinámica es la sociedad, más está obligado el hombre a poner continuamente a prueba su capacidad vital. Cuando cambia de ambiente, debe aprender nuevos sistemas de usos y adecuarse a nuevas costumbres. El particular forma “su mundo” como su ambiente inmediato, todas las objetivaciones que no se refieren al particular o a su ambiente, trascienden lo cotidiano.

El objetivo de la particularidad es la satisfacción de las necesidades que se hacen conscientes a través del Yo y que asumo como “mis” necesidades. El Yo se construye y desarrolla a partir de la identificación con el Nosotros y en contraposición al mundo, a lo largo del proceso de socialización. Ese Yo es construido socialmente y por lo tanto es específico, en consecuencia, las necesidades que se expresan a través del Yo, siempre son específicas. Sin embargo, el particular no puede entender en forma conciente la conexión entre sus necesidades y la especie humana, pero ambas características -particularidad y especificidad- coexisten en él y funcionan como una muda copresencia. El hombre realiza actividades que lo llevan a identificarse con el Nosotros, como una prolongación de sí mismo, y aprende a superar las motivaciones particulares. Tengo conciencia de la genericidad cuando actúo como ser comunitario-social, y tengo una relación conciente con la genericidad cuando, por lo contrario, me la planteo como fin, convirtiéndose en motivación de mis actos. En consecuencia, el ser específico mantiene y desarrolla una relación conciente con su especie; pospone las necesidades “particulares”, subordinando las necesidades del Yo a la del Nosotros. Así la muda copresencia se hace visible y el particular inicia su camino hacia la individualidad. Entonces puede ordenar y jerarquizar su vida eligiendo dentro de los límites más o menos flexible.


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