¿Alguien nos enseñó a entender o siquiera reconocer el amor?
Publicado en:Formación, General, Opinión
Aún recuerdo con claridad, la primera vez que vi a Susana en el cuarto año de la escuela. Era una mañana fresca y había gran expectativa por el inicio del nuevo año escolar. A decir verdad, la expectativa esta más relacionada con los nuevos cursos que se avecinaban porque la rotación de alumnos entre las aulas era casi nula. Pero ese año algo cambió y en qué forma, al menos para quien escribe.
Ingresé con entusiasmo a mi aula asignada y de frente, casi sin mirar a nadie, busqué la carpeta que tenía una etiqueta con mi nombre completo pegado en ella. No tardé mucho en ubicarla, pues el orden de las filas discurría en estricto orden alfabético. Una vez que tomé asiento y me desembaracé de mi pesada carga de textos y cuadernos nuevos, recién pude empezar a dar un vistazo general al tiempo que iba acomodando mis útiles en la carpeta que me acompañaría durante aquel mágico 1984.
Todo parecía igual, los mismos niños y las mismas niñas en el aula pero de pronto, alguien se destacó en el aula. Vi una larga cabellera rubia con una hermosa bincha coronándola. Permanecía de perfil respecto a mi posición lo que me permitió apreciar finos rasgos nasales y hermoso cutis. Pero el tiro de gracia fue cuando la niña que nunca antes había visto –ni siquiera en el patio a la hora del recreo en años anteriores- fue llamada al frente del aula por nuestra tutora. Mientras la recién llegada era anunciada como niña de nacionalidad norteamericana de nombre Susana, ella dejaba ver su rostro de frente hacia mi posición.
Era un rostro bellísimo, con facciones más finas de las que hasta ese momento se habían cruzado en mis prematuros diez años de edad. Mientras sus mejillas se sonrojaban por lo aparatoso del momento, yo iba sintiendo una peristalsis estomacal sólo comparable con los viajes en elevador. Un extraño cosquilleo me asistió y experimenté la activación de nuevas regiones cerebrales, dormidas hasta ese momento. ¿Qué fue todo eso? No sabía cómo catalogarlo pero una cosa era segura, me sentía atraído por esa niña. Más que eso, por ese ser humano, pues era la primera sensación de esa índole que me embargaba respecto a otra persona.
Imagen tomada de Flickr por jenniferlovehewitt
Evidentemente no estaba preparado para ese remesón. Y el planteamiento de mi cuestión va por ese lado ¿Debemos recibir algún alcance acerca de este sentimiento de enamoramiento antes que este se manifieste? ¿O eso significaría restarle espontaneidad y hasta magia a aquellos magníficos momentos? Es claro que un niño a esa edad, difícilmente prejuzga y más bien recibe los estímulos con espontaneidad. Las valoraciones recién llegan unos años más adelante.
Por otra parte se podría instalar cierta ansiedad en el niño respecto al anuncio de un tamaño sentimiento como es el amor y se podría alterar el proceso. En el seno familiar, mis padres nunca se pronunciaron al respecto por lo que estoy en condiciones de afirmar que llegué en el cero absoluto al encuentro de este sentimiento. Recuerdo haber recibido estas “aclaraciones” a principios del año siguiente a que me ocurrió el hecho narrado, como parte de las jornadas de educación sexual y en verdad de refilón.
Lo cierto es que últimamente se han hecho estudios respecto del complejo mecanismo del amor que aún es materia de debate y hasta de misterio para la comunidad científica y ni qué decir para el hombre común. La frase que siempre escuchamos es “el amor es ciego” y parece que, en términos populares, es muy cierto o se acerca a la vedad en todo caso. Hace poco pude leer un estudio científico que justamente hacía referencia a esta frase en cuanto a las propiedades sedantes del amor, por llamarlo de alguna manera.
Las conclusiones de dicho estudio apuntaban a que las personas que estaban bajo el influjo del amor, perdían la capacidad de ver los defectos en su pareja. La encargada de dirigir este estudio fue la neurobióloga Mara Dierssen quien explicó que ciertas zonas del cerebro se activan de manera común a las personas que se encuentran enamoradas y, mientras esto sucede en un lado del cerebro, en otras regiones –relacionadas con los juicios sociales y la evaluación de las personas- esta actividad desciende notoriamente.
Imagen tomada de Flickr por wilberelsalvador
Para Mara Dirssen, el amor es una adicción química entre dos personas. Cuando las personas se enamoran, se desencadena una serie de cambios químicos en sus organismos. La dopamina se eleva, siendo el elemento que más se relaciona con la atracción. También puede parecer la serotonina en mayor o menor medida, la cual está más relacionada con comportamientos del orden obsesivo que no son ajenos al amor.
En otros estudios se han encontrado estos niveles de serotonina y que fueron relacionados con conductas compulsivas como acosar a la pareja luego que la relación se ha terminado, incluso se ha estudiado la relación de los niveles de esta sustancia en los casos de suicidios a partir de una desventura amorosa o de un amor no correspondido. Sin embargo debo discrepar con la doctora Dirssen quien interpreta el amor como un proceso químico.
Sin duda el tema se intersecta con la ciencia en las coordenadas químicas pero estas no desencadenan el proceso. Todo lo contrario, la química aparece luego que dos personas se han encontrado y se han enamorado quedando por resolver de dónde procede este gran sentimiento. Creo que el día que la ciencia valore la dimensión espiritual, estará más cerca que nunca de la verdad, sobre todo en el campo del amor.
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