Muchos son las cuestiones en torno a la oralidad y la escritura, tanto como complemento una de la otra o como elementos antagónicos. Muchos autores han tratado y siguen tratando el tema. Entre estos se destacan los aportes de Claude Levi-Strauss, Walter Ong y Paul Zumthor, quienes han brindado investigaciones desde la visión antropológica, filosófica, histórica y filológica. La oralidad y la escritura, sus roles en las diferentes sociedades, sus diferencias y semejanzas, sus desarrollos, instauraciones y valores merecen permanentes reflexiones en esta era posmoderna de cambios incesantes.
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Cierto es que los instrumentos de comunicación del ser humano extienden de forma vasta el proceso de conceptualización, y la adquisición del lenguaje es básica para todas las instituciones sociales, para todo comportamiento normativo y desarrollo individual. Sin embargo, el lenguaje tiende a dicotomizar: se tiene o no se tiene. Luego del lenguaje, el siguiente avance más importante es la reducción de la palabra oral a formas gráficas, es decir, la escritura, y ésta ha tenido una gran influencia en la política, la religión y la economía para la organización social. Desde ese momento, la división entre civilizaciones orales y escriturarias se presenta como una línea indivisible entre un antes y un después, un pasado y un futuro, y hasta a veces, entre civilización y barbarie. Lo cierto es que entre ambas no hay tal tajante dicotomización, sino cuestiones culturales y mecanismos de aprehensión que involucran factores de muchas índoles, tanto culturales, económicas, institucionales y hasta religiosas.
La escritura es en sí un método de documentación que cumple una función específica como “memoria artificial”. Antes de que se ésta instalara, la oralidad cumplía el rol de mantener viva las costumbres, leyes, mitos y cualquier otro tipo de conocimiento que mantuviese organizada a una sociedad. En las sociedades orales, el hombre se vincula con la naturaleza, no conceptualiza su experiencia de la historia y concibe el tiempo de modo cíclico. La tradición oral mantiene la continuidad de una percepción de la vida y del mundo, y de una experiencia colectiva sin las cuales el individuo quedaría abandonado a su soledad, si no a su desesperación.
La palabra, en su ambiente oral natural, forma parte de un presente existencial real. La articulación hablada es dirigida desde una persona real y con vida, a otra persona también real y con vida, en un momento específico dentro de un marco real. Además, se debe tener en cuenta que entran en juego una serie de competencias paralinguísticas que enriquecen la comunicación, como los gestos, las entonaciones, la posición del cuerpo, etc. El hombre “oral” hace uso de todas sus facultades, teniendo la capacidad de controlar por completo sus capacidades retóricas y brindándole un valor simbólico a la palabra.
Por otro lado, la escritura entraña una separación entre el pensamiento y la acción, entre la lógica y la retórica; una abstracción que parece originar el debilitamiento del poder propio del lenguaje, el predominio de una concepción lineal del tiempo, el individualismo, el racionalismo, la burocracia… Pero la introducción y propagación de la escritura en una sociedad reflejan una mutación mental, económica e institucional de esta misma.
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Platón expresó su rechazo a la escritura considerándola inhumana al pretender establecer fuera del pensamiento lo que en realidad sólo puede existir dentro de él. Alegaba que era un objeto, un producto manufacturado, y por supuesto, lo mismo se dice hoy de las computadoras. En segundo lugar, afirmaba que la escritura destruía la memoria, y que los que la utilizasen se volverían olvidadizos al depender de un recurso exterior por lo que les falta en recursos internos. La escritura debilita el pensamiento, afirmaba. Actualmente, se podría temer que las calculadoras proporcionen un recurso externo para lo que debiera ser el recurso interno de las tablas de multiplicaciones aprendidas de memoria. En la crítica posmoderna de las computadoras, se hace la misma objeción. Por último, un texto escrito no produce respuestas. Si uno le pide a una persona que explique sus palabras, es posible obtener una respuesta, pero si uno le pide a un texto, no se recibe nada a cambio, salvo las mismas palabras. Por esto se considera que lo que está escrito, es verdad, y por esto mismo los libros han sufrido el consumo del fuego repetidas veces en la historia de la humanidad. Así Platón también imputa a la escritura el hecho de que la palabra escrita no puede defenderse como es capaz de hacerlo la palabra hablada natural: el habla y el pensamiento reales siempre existen esencialmente en un contexto de ida y vuelta entre personas. La escritura es pasiva, fuera de dicho contexto, en un mundo irreal… igual que las computadoras. La imprenta puede recibir las mismas acusaciones también. La abundancia de libros haría menos estudiosos a los hombres, destruiría la memoria y debilitaría el pensamiento. Por supuesto, muchos consideran la imprenta como un nivelador deseable que volvía sabio a todo el mundo.
Una paradoja de los argumentos de Platón es que estas objeciones las manifestó por escrito. Pero más allá de sus supuestos, la escritura, la imprenta y la computadora son, todas ellas, formas de “tecnologizar” la palabra.
Las palabras se encuentran solas en un texto: al componer un texto, el que produce el enunciado por escrito también está solo. La escritura reduce el sonido al espacio; la palabra hablada -efímera, reciente, refutable.- se vuelve duradera, irrefutable, distante, aislada del contexto. Pero la escritura es una tecnología y éstas no son sólo recursos externos, sino también transformaciones interiores de la conciencia. Como tal, es artificial, lo cual es natural para los humanos e, interiorizada adecuadamente, no degrada la vida humana, sino que la mejora. Esta ha moldeado e impulsado la actividad intelectual del hombre moderno. El alfabeto griego cumplía la función de democratización, en tanto que era fácil aprenderlo para todos; contrario a la escritura china, que era intrínsecamente elitista.
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Generalmente, la escritura se considera un instrumento de poder, y puede restringirse a grupos especiales, como el clero. Por lo que es difícil ubicarse en una postura “acertada” (si es que la hay). Una actitud ecléptica sería sabia. Lo interesante sería poder concebir a la escritura, según Levi-Strauss, como una memoria artificial cuyo desarrollo debería estar acompañado de una mayor conciencia del pasado, y por lo tanto, de una mayor capacidad para organizar el presente y el porvenir.
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