Recuerdo que de niño, me apiadaba de mis primos ya que tenían algunas restricciones, aún dentro de su período de vacaciones de la escuela. En efecto, vivíamos en hogares distintos. Ellos tenían un cierto mecanismo de control a la hora de sentarse a ver la televisión y era su padre quien digitaba que era lo que podían y no podían ver. Evidentemente, esto puede resultar una buena medida para controlar los contenidos que llegan hasta la mente de un niño, sin embargo, el proceso en sí mismo y, en buena cuenta, el que lo regula, puede caer en la ofuscación. Por ejemplo, mi tío –el padre de mis primos- les prohibía ver programas infantiles como el Chavo del Ocho, aduciendo que las malacrianzas y comportamientos de los personajes de este programa eran imitados por sus hijos y habían aprendido a contestarle mal ante las indicaciones u órdenes que el daba en su casa.
Puede que haya tenido razón, pues el niño, utiliza la imitación como herramienta de integración social al buscar que incluirse en grupos que son de su preferencia o simplemente para ir forjando su identidad dentro de la sociedad. Por otra parte, los comportamientos del programa mencionado, simplemente, se podían interpretar como inocentes travesuras pero haría falta fomentar el espíritu crítico en el niño televidente.
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Lo mismo se podía pensar de otros programas. El asunto pasa por el rescate que se haga de los contenidos de los mismos. Me gusta utilizar analogía del arroz para ilustrar este punto. Por ejemplo, se nos entrega un costal de arroz para el consumo. El producto viene en bruto y de hecho sabemos que es un alimento de calidad pero antes de consumirlo hay que escogerlo y luego cocinarlo.
Claro que para esto, alguien nos debe haber enseñado antes qué es lo que se debe escoger y luego como cocinarlo y cómo consumirlo. Es allí donde deben entrar los padres, tutores y educadores, rápidamente darle el niño los elementos contrastantes de la sociedad que le permitirán tener discernimientos sobre ciertos contenidos inadecuados para él. En efecto, la principal fuerza dentro de la televisión es la utilización de imágenes y sonidos, lo que vuelve a sus estímulos mucho más atractivos. Además, al tener una imagen ya disponible al frente, el proceso de interiorización se hace más plausible. Distinto es el proceso de asimilación de información mediante un libro que exige la formación de una imagen en nuestra mente a partir de conocimientos ya existentes. Es un paso más que se da para la asimilación y de este modo ya no resulta un proceso tan inconsciente.
En España, se estima que un niño pasa aproximadamente el doble de tiempo frente al televisor que el tiempo que pasa en las aulas. Por tanto, es fácil deducir de qué otra fuente vienen también sus conocimientos y actitudes. Sin embargo, el proceso de interiorización de imágenes a nivel inconsciente es un hecho que alcanza a gran número de adultos y muchas veces terminamos conociendo más a fondo el perfil de algún personaje de televisión que a un miembro de nuestra propia familia. Por otra parte, la televisión nos familiariza con el estereotipo. Este modelo no sólo se aplica los contenidos de ésta sino que también nos es machacada por su brazo comercial, es decir, la publicidad. En efecto, a diario vemos que se anuncian productos que nos aseguran una vida mejor, más cómoda y un mejor status social y, la persona que lo anuncia, tienen cierta forma de vestir, de hablar y hasta de caminar. Inconscientemente, vamos asimilando tanto el producto como la persona que lo anuncia y mal que bien tratamos de imitar todo el conjunto con mayor o menos éxito. Por supuesto, la publicidad tiene sus propios mecanismos de manipulación como jingles pegajosos o validación de sus productos como parte de un modelo o comportamiento social indispensable.
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Afortunadamente la estadística revela que los niños pueden selectivos con ciertas actitudes o comportamientos televisivos ¿Se imaginan lo que sucedería si imitarán el 100% de lo que ven en televisión? Tendríamos miles de casos de niños asesinos o niños que intentan volar desde el techo de su casa al estilo de sus superhéroes. Ciertamente ha habido casos de esos pero son muy pocos. Lo que sí es peligroso son los contenidos de violencia que se van almacenando. No se sabe si en algún momento puede haber un elemento desencadenante y toda esa violencia que la televisión ofreció, aflore en la edad adulta produciendo una persona con conductas criminales. Lo que es peor, que este fenómeno se desate en masa. Lo que si podemos notar tangiblemente ahora, en la realidad, es que los valores marchan mal y es que la televisión nos presenta una serie de situaciones difíciles o conflictos personales y emocionales que, sobre el final, se terminan resolviendo con un final feliz para todos. Bueno fuera que eso coincidiera con la vida real pero no es así. En el proceso aquel nos perdemos y creemos que aunque nos adhiramos a comportamientos indebidos, siempre el final feliz llegará. Hay que tomar conciencia de esto.
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