Las obras maestras nos muestran problemas y temas universales tales como el amor, la vida, la muerte, el odio, la venganza, el placer, el dolor… Mas el tratamiento de estas por parte de los grandes maestros no han sido las mismas en todos los periodos. Es obvio, hace 300 años los problemas de la humanidad eran distintos a los de ahora: los niveles de contaminación, la globalización, los nuevos retos que nos trae la tecnología de hoy, en fin, un sin número de escenarios nuevos a los que el hombre se tiene que adaptar o se ha adaptado ya.
En el campo de la literatura no es lo mismo leer un poema renacentista a uno contemporáneo: la métrica, hoy, es libre, hay gran espacio para la experimentación. El público, consumidor de arte, no se hace problemas con estos cambios. Podemos leer una obra de Petrarca y disfrutarla o una de Antonio Cisneros y disfrutarla también, con la diferencia que Cisneros es de nuestra época, con nuestros mismos problemas, usos del lenguaje… por eso lo podemos entender con mayor facilidad y hasta con un mayor disfrute.
Si todo esto puede darse en la literatura: ¿Por qué en la música no? ¿Por qué es muy extraño que encontremos en uno de nuestros teatros una obra de Arnold Schoenberg? ¿Por qué existe tanto rechazo por parte del público por una obra contemporánea?
Foto: Educastur
Es muy común ver en nuestros teatros o centros culturales festivales de música barroca, clásica o romántica, pero casi nula a la contemporánea. ¿Con qué gusto el público va a estos festivales sin reclamar que se estrene la música de nuestro tiempo? Esta falta de difusión e interés es: ¿Por culpa de los centros culturales, los teatros, por no programar eventos para la música de nuestro tiempo; es el público que le tiene poco interés o nulo por la música que le es dedicada y por qué; los intérpretes que no incluyen este tipo de música en sus programas o son los compositores los culpables de no hacer una música más asequible para sus oyentes? ¿Es acaso un problema educativo? El problema es compartido y mucho más grande.
El público de antaño, hablamos de unos cien años atrás a más, sólo escuchaba música nueva, de estreno, iban a los teatros para escuchar lo último de un compositor- por eso no es de asombrarse del por qué los maestros de antes tenían un gran número de obras compuestas-, lo anterior quedaba de lado, perdía interés; probablemente por ello las más grandes y conocidas obras maestras de Beethoven, Schubert, Bach y Haendel hayan sido tocadas sólo una vez en vida de los compositores. El público de ahora es distinto, escuchan o desean escuchar lo que ya conocen, los grandes éxitos, lo que saben que ya es bueno, dejando de lado los temas nuevos pues no les tienen interés y en muchos casos no los entienden.
En los teatros y centros culturales sus programas están hechos casi exclusivamente para la música barroca, clásica y romántica. Cuando incluyen una contemporánea lo hacen como si fuera sólo un agregado, como un bocadillo, una parte para rellenar. Sólo con revisar el ciclo de conciertos de la Sinfónica Nacional es de notar que en casi su totalidad son obras de épocas pasadas.
Los solistas que traen del extranjero vienen para tocar sólo las obras conocidas, y el público espera eso. Al salir de los teatros, en los cafés, en las tertulias, en su mayoría hablan del gran virtuosismo y la sensibilidad de los grandes intérpretes u orquestas al momento de tocar a Chopin, Liszt, Rachmaninov, Bach, Mozart; pero es poco común escuchar un comentario de los mismos interpretando a Milhaud, Poulenc, Prokofiev, Schoenberg, Stockhausen…
Los problemas de preferencia del público y de los organizadores y promotores musicales por lo antiguo, por lo tradicional en realidad no son nuevos. De Bach decían, por ejemplo, que sus acompañamientos para la iglesia eran demasiado escandalosos y extravagantes. En el estreno de la obertura de Fidelio de Beethoven un crítico, August von Kotzebue, dijo: “Hace poco se ejecutó la obertura de la ópera Fidelio de Beethoven, y todos los músicos y melómanos imparciales coincidieron por completo en que jamás se escribió, en materia de música, nada tan incoherente, estridente, confuso y absolutamente ofensivo para el oído.”
La diferencia es que en esa época esas preferencias eran superadas de forma relativamente rápida y que lo nuevo se convertía pronto en tradición, dándoles espacios para presentar sus nuevas obras y quedando para la posteridad los elementos nuevos que aportaban los compositores a la música.
Hoy no sucede lo mismo. El público toma los nuevos elementos- la atonalidad, dodecafonismo, serialismo…- como elementos ajenos a la música. Se llega al extremo de pensar que lo que escuchan ya no es música, como decía August von Kotzebue de Beethoven es sólo algo incoherente, estridente, y aún más cuando el público es testigo de cómo se incluyen elementos electrónicos, o se golpea con un martillo un piano, o cómo con un arco frotan las cuerdas de una guitarra; algunos lo ven interesante, otros como elementos y experimentos que son parte de la música, y a muchos otros no les cabe en la cabeza de que lo escuchado siga siendo música.
Foto: Dos Lourdes
Todo ha dado a lugar que el compositor y el público estén muy alejados entre sí, que pierdan comunicación. Parece ser que el público no entiende qué es lo que le quiere decir el compositor y el compositor no entiende y hasta a veces no sabe qué es lo que quiere el público, aún cuando éste compone para ellos.
Cabe señalar que la aparición de nuevas formas de composición, los experimentos musicales, no se da por pura gracia, tozudez, o una inventiva ajena por parte de los compositores, sino que han aparecido por la falta de nuevos elementos en la música para expresar o comunicar lo que ellos quieren. Es el proceso de evolución natural de la música que avanza a una velocidad nunca antes vista. Pues hoy en día mientras un compositor ha presentado una obra rápidamente cae en lo antiguo y él tiene la necesidad de hacer algo nuevo, algo nunca antes visto. Mientras apenas el público se acostumbra a una nueva tendencia ya nacieron dos o tres más.
Tanto el público como el compositor no tienen tiempo de adaptarse ni en que vuelvan en tradición un estilo determinado, sólo avanzan, en algunas ocasiones, sin darse cuenta de lo que están dejando y sin tiempo de disfrutar lo presentado.
¿Pero qué sucede cuando el compositor se guía más por la técnica que por el sentir y su talento mismo? Como Jorge Durbano muy bien lo dice, uno de los problemas es la originalidad casi impuesta por ellos mismos, donde es más importante mostrar lo novedoso o único. Nuestros músicos, con todo, exponen sus temas con relación a nuestra realidad, lo contemporáneo. Pero si el público no los entiende eso querría decir que ellos no entienden su realidad, lo que les sucede y que sólo se refugian, en el caso de la música, en lo ya conocido.
Ahora más que nunca es necesario que el público se le instruya en este tipo de música que le es dedicada, para que así renazca el interés por lo que se le ofrece, pues la idea no es imponer, sino que se acoplen, que sean parte del movimiento actual; pues si la música de estudio es de por sí excluyente, no tanto por el factor económico sino cultural, que no lo sea aún más, que no sea sólo de un pequeño grupo, pues es muy frecuente que los compositores sólo se reúnan entre sí y que se elogien ellos mismos, pues ya no hay público que lo haga.
Foto: Música Viva
Comentarios de “Educar a la música para escuchar”
Aun no se han realizado comentarios.