Todos ocupamos lugares diferentes que hacen aparecer visiones singulares de las cosas, intereses que no tienen otras personas, otros proyectos, otros temores. Pero esa diversidad puede llamarnos a engaño si no tenemos en cuenta que, detrás de ella, los hombres arraigan de modo permanente en una gama primordial de experiencias, una especie de “marca originaria” que permite entender la diversidad y es que todos los hombres son ciudadanos de la vida cotidiana.
La propuesta sociológica formulada por el sociólogo y filósofo austriaco Alfred Schütz hoy cuenta con consenso respecto de su carácter interpretativo y comprensivo. Sus principales investigaciones giran en torno al actor social, al ámbito en el cual éste se relaciona con otros actores y a las características que tienen los “proyectos de acción” que ellos formulan.
Schütz aborda su estudio desde una perspectiva fenomenológica, por lo cual se acepta que sus trabajos adoptan un carácter claramente subjetivo cuando estudia el problema de las relaciones intersubjetivas que establecen los actores en la “vida cotidiana”. En este artículo propongo una breve mirada a algunas nociones establecidas por este autor respecto de las ideas de “mundo de la vida” o “vida cotidiana”, considerando el sentido que adopta la “Teoría de la acción” en el pensamiento schutzeano.
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El notable aporte que realiza Alfred Schütz en el estudio de la conciencia, en el contexto de la “vida cotidiana”, tiene su primera etapa cuando incursiona en el estudio del “Yo de la conciencia” del actor para, posteriormente, investigar acerca de las relaciones intersubjetivas que ellos ejecutan en la “vida cotidiana”. Schütz intenta delinear el proceso que hace que, en la vida diaria, los hombres consideren como presupuesto el mundo en el que viven. Para ello centró su atención en la forma que toma el pensamiento cotidiano: son las tipificaciones subyacentes del pensamiento del sentido común las que sostienen día a día la realidad eminente de los crédulos, las que les permiten orientarse acertadamente ante situaciones imaginadas o imprevistas, conocer anticipadamente a las demás personas y a los objetos, las que regularmente les impiden dudar que el mundo en el que viven pueda ser otra cosa distinta de cómo se les aparece.
El actor social interpreta su mundo haciendo uso de un acervo de conocimiento que él no inventó, que le ha sido legado desde el momento de su nacimiento. Toda interpretación de este mundo se basa en un acervo de experiencias previas, nuestras o trasmitidas por padres o maestros, las cuales funcionan como una esquema de referencia en forma de “conocimientos a mano”. El acervo es como un patrimonio cognitivo que la sociedad puede y debe usar ya que su uso hace que grandes zonas del mundo de la vida sean familiares y presupuestas para los hombres.
Los hombres viven enraizados en una realidad intersubjetiva que hace posible conocer otras mentes y otros objetos, sin que este conocimiento se plantee como un problema formal. “Nuestro mundo” es intersubjetivo porque vivimos en él como hombres entre hombres, con quienes nos vinculan influencias y labores comunes, comprendiendo a los demás y siendo comprendidos por ellos. Las tipificaciones subyacentes del sentido común son las que subyacen, constituyen y sostienen nuestro mundo. Este conocimiento socializado presenta tres características para Schütz:
-La reciprocidad de perspectivas o la socialización estructural del conocimiento: en la actitud natural del pensamiento de sentido común de la vida cotidiana presupongo que los objetos del mundo, accesibles a su conocimiento, significan algo diferente para mí y para cualquiera de mis semejantes. Es característico del pensamiento de sentido común superar estas diferencias mediante dos idealizaciones:
*La idealización de la intercambiabilidad de los puntos de vista: presupongo que si cambio mi lugar por el de otro, estaré a igual distancia de las cosas que él y las veré con la misma tipicidad (lo inverso también es verdadero)
*La idealización de la congruencia del sistema de significatividades: presupongo que las diferencias de perspectivas originadas en nuestras situaciones biográficas exclusivas no son significativas para el propósito a mano de cualquiera de nosotros y que él y yo hemos elegido e interpretado los objetos real o de una manera idéntica.
El conocimiento de sentido común es entonces objetivo y anónimo.
-El origen social del conocimiento o la socialización genética del conocimiento: Si el conocimiento del mundo depende sólo de una mínima parte de las definiciones privadas de los actores (padres, amigos, maestros) es el endogrupo en su totalidad anónima el que sostiene su propia “naturaleza relativa”. Muchas palabras del lenguaje están rodeadas de un halo que las hacen comprensibles sólo a los miembros del endogrupo. El medio tipificador por excelencia que permite transmitir el conocimiento de origen social es el vocabulario y la sintaxis del lenguaje cotidiano.
-La distribución social del conocimiento: el conocimiento social está también distribuido de manera diferencial: lo que un actor conoce difiere de lo que conoce su semejante, así también el modo cómo ambos pueden conocer los mismos objetos, sucesos o personas. Que un actor social sea “experto” con respecto a algo se deriva de situaciones biográficamente determinadas.
Los actores sociales no sólo experimentan objetos físicos del mundo, también “alter-egos” (semejantes), una entidad psicofísica que puede (como yo) pensar y experimentar el mundo y captar mi subjetividad, y yo la suya. Entre mis contemporáneos hay algunos con quienes comparto una comunidad no sólo temporal sino también espacial a los que se denomina “asociados” y a la relación establecida entre ellos, una relación “cara a cara”. La “pura relación Nosotros” se desarrolla con un alto grado de previsibilidad. Los actores sociales no capturan la singularidad individual de los alterego en su totalidad, el Otro aparece como un sí-mismo parcial, captándose de él sólo un fragmente de su personalidad suficiente para el entendimiento mutuo. Si se entra en relación con un alterego se espera que en algún grado esa relación se sostenga en tipificaciones bilaterales y esta capacidad que tienen el actor de verse a sí mismo desde la mirada del Otro, es un claro indicador del proceso que Schütz llama “autotipificación”. Al definir el rol de Otro, yo mismo asumo un rol. Al tipificar la conducta del Otro, estoy tipificando mi propia conducta, que se interrelaciona con la suya, transformándome en pasajero, consumidor, contribuyente, lector, etc.
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