Muchas veces la inseguridad nos invade a los adolescentes. Ese sentimiento que un buen día surge en mitad de nuestra educación secundaria. De pronto ya no somos los niños que jugaban despreocupados en los patios de primaria sabiendo que todo se reducía a llegar a la casa y hacer la tarea y lo que no entendíamos seguro lo podían resolver nuestros padres o hermanos mayores. Tampoco somos los adultos que un día soñamos ser. Sentimos que ya no tenemos el abrigo de un niño ni la seguridad de un adulto. Simplemente hemos quedado en una especie de limbo en que empezamos a dudar de todo y de todos.
Por ese mismo tiempo comienzan los distingos en clase y algunos son víctimas del abuso escolar. Quizá esta sea uno de los problemas más difíciles de enfrentar por parte de los adolescentes. Por un lado quedarían como unos cobardes si es que solicitaran la intervención de algún maestro para que ponga punto final a las agresiones. Contárselo a los padres ni hablar, eso sería lo más humillante de la vida. Por otra parte si el problema no se resuelve el primer día de su aparición se puede complicar y cada día que pasa se convierte en un infierno.
Imagen tomada de Flickr por circo de invierno
Todos conocemos de cerca estas historias ya sea porque a nosotros mismos nos ha tocado vivirla en algún momento o porque hemos sido testigos de estos acosos en los patios de la escuela. Es difícil prestar ayuda en este último caso ya que la saña se podría volver contra nosotros y preferimos ser cómplices antes que intervenir en defensa de la víctima. Otros simplemente se hacen los desentendidos y hacen de cuenta que nada está sucediendo frente a sus narices.